UBER

Cuando Irene Paz nos llamó, lo hizo con esa urgencia que ya conocemos bien:


—Hay niños. Varias jornadas. ¿Podéis, porfa?

Y claro, dijimos sí. Porque sabemos lo que es trabajar con peques, con improvisación, con energía cambiante. Y porque estas campañas, cuando se hacen bien, permiten jugar y crear con libertad.

 

Uber tenía varios escenarios que representaban momentos de la vida cotidiana con mucho color y verdad: una despedida de soltera, una pareja explorando un anticuario, adolescentes tirándose a la piscina, niños revolucionando la casa…

Nuestra tarea era construir un estilismo que acompañara cada escena con identidad propia pero dentro de un mismo universo visual. Looks frescos, modernos, reales, con esa mezcla española que no se explica con palabras, pero se siente en la ropa.

El proceso fue muy ágil. Hablamos con Sam Robinson, el fotógrafo, para alinear el tono visual, y organizamos un fitting en el que probamos opciones con cliente y agencia.

Tuvimos anécdotas, como la modelo cuyo avión se retrasó y nos tocó probar sus looks nosotros mismos (sí, hay testimonio gráfico).

 

Y también imprevistos: unas sandalias de strass que hubo que customizar en el último momento. Fuimos a por brillis, y con paciencia y pegamento quedaron espectaculares.

En el rodaje, cada escena fue un reto distinto. La de la piscina, por ejemplo, fue en pleno febrero y con frío. La modelo tenía una sola oportunidad de lanzarse al agua, y salimos adelante entre risas y temblores.

La escena de los niños fue otra historia: mil juguetes por todas partes, y nuestra prioridad era que pudieran jugar, mancharse, moverse. El vestuario tenía que acompañar la acción sin limitarla.

Y después, la recompensa: ver las fotos en vallas por toda la ciudad, sentir que el trabajo tiene calle, tiene impacto. Y que cada look cuenta un fragmento de la historia.